El Tao y el Vacío Creador

"Hay algo sin foma y perfecto
que existía antes de que el universo naciera
Es sereno. Vacío.
Solitario. Inmutable.
Infinito. Eternamente presente.
Es la madre del Universo.
A falta de un nombre mejor...
lo llamo Tao.

Fluye a través de todo,
dentro y fuera de todo,
y al origen de todo retorna.

El Tao es grande
El universo es grande.
La tierra es grande,
El hombre es grande.

El hombre sigue a la tierra.
La tierra sigue al universo.
El universo sigue al Tao.
El Tao se sigue a sí mismo."

Tao-Te-King, cap 25.

martes, 12 de enero de 2010

La Loca Sabiduría


Dentro del infinito espacio de la consciencia hay sitio para que todas las cosas tengan cabida.
A la consciencia le gusta jugar, y para jugar hace uso de todas las formas posibles.
Siendo originalmente y esencialmente una, se crea a si misma a través de la ilusión del pensamiento, y a través de este se reproduce en fractales infinitos que se interrelacionan de tantas maneras que no pueden medirse.
Este es el poder de la Shakti, o lo que la Hello Kitie llama tan lucidamente la mitosis del pensamiento, ante la cual, si entramos en ella, por definición, ya estamos perdidos.
De esta forma el misterio de la creación se mantiene incorruptible e inaccesible incluso para la misma herramienta creativa. El misterio solo se revela a la misma consciencia, porque el misterio es ella misma.
Las primeras dos formas en las que ilusoriamente se divide la unidad primigenia es la dualidad que conocemos como el origen de todas las cosas, como la pulsión que mantiene activo el universo.
Los ritmos, las estaciones, los vaivenes de la energía, la expansión y la contracción de todas las formas, el movimiento, la alternancia, son manifestaciones de esta dualidad, que nace del mismo pensamiento.
Estos dos santos gemelos, originariamente puros, son conceptualizados por la mente, desde una visión parcial que obedece necesariamente a la identificación o inclusión en uno de ellos, y por tanto, a la descalificación o exclusión del otro. Es así como funciona el pensamiento, y es así como la consciencia de separación se origina: si estoy aquí no puedo estar allí, si soy esto no puedo ser aquello.
Ying y yang, luz y oscuridad, bien y mal son nombres dados a estos movimientos. En medicina china, o mas bien, en la filosofía taoísta que la fundamenta, se comprende que no hay dos opuestos, sino mas bien un fluir de un estado a otro complementario de consciencia. Por eso la contracción tiene en si misma el germen de la expansión y viceversa.
El equilibrio se mantiene gracias a este germen, que nos indica que tras la aparente dualidad, tras el aparente cambio, hay un sustrato inconmovible.
El quicio del Tao es incomprensible, pero puede ser visible si uno consigue mantenerse en este germen todo el tiempo, es decir, ser el germen de la quietud en pleno movimiento, y viceversa, ser el germen de la tristeza en la alegría y viceversa, ser el germen de la paz en la guerra, y viceversa.
Permanecer en ese centro, en ese eje en torno al cual todo gira. Y que no puede ser percibido, ni experimentado, porque es el sustrato de toda percepción y toda experiencia.
Aceptarse a uno mismo significa aceptar que uno es en esencia tanto el eje como el fenómeno del movimiento, y ser uno mismo significa no hallar diferencia entre esa quietud y ese movimiento, entre estar aquí o alli, entre centro y periferia, entre noche y día, entre ser el todo y no ser nada, entre ser la consciencia absoluta y esa consciencia manifestada en un hombre/mujer de carne y hueso.
Aceptarse significa ser en eso que es indefinible, y a la vez en eso otro que es solo fruto del pensamiento, creencias y conceptos.
Aceptarse significa, como decía un amigo mio, que todo debe ser mostrado al sol, y agradecer los medios que la vida nos envía para que todo que llamamos “nuestro” se airee a los cuatro vientos.
Aceptarse significa vivirse sin miedo porque ya no hay razones para fingir ser esto o aquello. Aceptarse significa aceptar que uno es tan incondicionado como condicionado, tan infinito como finito, y que todo es parte del mismo juego.
Aceptarse significa decir sampai también al cabrón, al hijo puta, al pendejo, al mentiroso, al tirano o a la víctima que todos llevamos dentro, y comprender que la perfección de la consciencia no se empaña ni cambia por ello. Que el espacio sigue siendo espacio pase lo que pase por él.
Que lo Real es lo Real, y que la ilusión es una ilusión.
Nothing is No-thing.
Lo Real en mi es lo Real en ti.
La ilusión en mi es la ilusión en ti.
Aunque mi ilusión puede ser aparentemente distinta de la tuya.
Yo puedo disfrazarme de verdugo que empuña el hacha que rebanará tu cuello, solo porque tu te disfrazas de condenado a muerte.
Yo puedo disfrazarme de loco solo porque tú te disfrazas de cuerdo.
Yo puedo disfrazarme de calor solo porque tu te disfrazas de frío, o disfrazarme de fuego solo porque tu te disfrazas de oxígeno.
Yo puedo disfrazarme de noche solo porque tu puedes disfrazarte de día.
Y viceversa.
La ilusión de la separación, de la dualidad, sea como sea que salga a nuestro encuentro, es siempre un reflejo que nos devuelve a la realidad de la naturaleza inseparable de la consciencia.
Para esta labor la consciencia juega a disfrazarse de múltiples maneras, y ha elegido ángeles y demonios que se reflejen mutuamente sus carencias.
Los maestros de la luz convocan a los maestros de la oscuridad, y de su abrazo nace el verdadero maestro.
Un maestro de luz es el que señala hacia la Realidad que eres. Su camino es la afirmación.
Un maestro de oscuridad es el que señala hacia la ilusión que no eres. Su camino es la negación.
Al afirmar se niega, al negar se afirma, el maestro de luz es el maestro de oscuridad, y viceversa.
¿Cual es la diferencia?.
¿Donde esta la luz y donde la oscuridad dentro de ti?
¿Quien eres?
¿Quien no eres?
Al callar aparece la verdad, y la verdad es el silencio, donde todo está en todo.
Sin conceptos.


Y para concluir quiero compartir un pequeño cuento con la Shanga, la cybershanga y la shanga de la calle, la de todos los días.
Hay tantos iluminados paseando por las calles, sin que lo sepan, o quizás, sin que les interese que se sepa, que un día, sencillamente, el mundo se deshará en fotones, tanto como se ha oscurecido bajo las tinieblas.
Y ambas cosas, como ilusiones que son, seguirán sin empañar ni alterar la realidad de ser que somos, que siempre es.
Sirva el cuento como ofrenda y como disculpas por mis incursiones en la loca sabiduría, y por las heridas que esta forma de ser haya podido causar, a un@s y a otr@s:


-”Después de haber dejado a mi maestro, decidí irme a meditar a una cueva, en completa soledad. Algunos parajes de la montaña, alejados de los pueblos por varios días, y a veces semanas, de marcha, son lugares que los ascetas conocen desde hace milenios, y a menudo vamos a habitar cuevas donde han vivido docenas de sabios. A veces, se encuentran unos sutras budistas grabados en la piedra, a veces, frases o mantras en sánscrito.
Esas cuevas se encuentran, por lo general, en lugares de la montaña que se parecen a las colmenas, y a veces hay varias decenas de ascetas instalados muy cerca el uno del otro. Puedes encontrar tibetanos, hindúes, tantrikas, a veces incluso chinos, y monjes del pequeño vehículo, con su túnica color azafrán. He visto monjes japoneses con sus sombreros de paja y sus vestidos negros. A veces uno de ellos baja a buscar comida. Otras veces charlan mientras recogen agua de la fuente, rien y bailan, cosas que la gente del valle no imaginaría.
Cuando un ermitaño muere, se le quema, se le entierra o se le abandona a las aves rapaces.
Puede suceder que uno de ellos caiga enfermo, o sufra lo que denominamos el inmenso terror.
Todos los ermitaños lo conocen o lo conocerán un día.
Es el último estallido del yo, la puerta hacia lo divino.
Un día un joven ermitaño llegó a la montaña. Debía tener unos 25 años. Era indio, pero había seguido la enseñanza de un maestro tibetano nyingmapa. Había pasado seis años en retiro de clausura, y al final del mismo decidió llevar una vida de yogui. Este joven no se parecía a ninguno de los otros ermitaños. Al principio lo tomamos por loco. A veces sucede que un ermitaño pierde la razón, y erra por las montañas. Puede recuperarse espontáneamente, o puede que no.
Nuestro joven yogui indio tenia un carácter ardiente e imprevisible. Era ruidoso, cantaba a voz en grito mientras recorría las cuevas, reía, contaba historias graciosas u obscenas. Sacudía a los ermitaños para sacarlos del samadhi, y les insultaba diciendo que estaban perdidos, que su meditación apestaba como un cadáver, y que no habían comprendido el Rigpa, o la Presencia Pura.
Algunos que creían que estaba loco se reían de él, otros lo rechazaban, a veces violentamente. En una ocasión le tiraron piedras, se calmó un tiempo, pero en cuanto se recuperó, volvió a hostigarnos.
A los que creían en la idea del Yo, de la Conciencia como receptáculo, les gritaba en el oído que solo el no-Yo era superior, y a los que creían en el no-Yo, los amenazaba con cortarles la conciencia a cuchilladas, y les decía que allí encontrarían al Buda. Se paseaba con su gran cuchillo tibetano, que sacaba de una funda plateada, cincelada, sobre la que estaba grabada la figura de un dragón. En seguida lo llamamos “Dragón”.
Como molestaba a los ascetas continuamente, uno de ellos propuso una reunión según se hacia antiguamente, para debatir el tema del Yo y del no-Yo, con la condición de que Dragón, terminado el debate, se retirara en silencio a su cueva, y no volviera a turbar la paz de ascetas. Dragón aceptó esta propuesta y se encargó de divulgar la noticia, dejando claro que quienes no participaran en el debate seguirían siendo sus víctimas.
Así, el día elegido, 23 ascetas se reunieron en la colina donde iba a tener lugar el debate. Según la antigua costumbre, los oponentes se colocarían en dos filas enfrentadas. De una lado los partidarios del Yo, y del otro los partidarios del no-Yo.
Únicamente Dragón cambiaba constantemente de un lado a otro. El debate comenzó con calma, luego, debido a la agudeza de los argumentos, y a la riqueza de de las citas que lo sostenían, el ambiente se fue caldeando, y se desarrollo una verdadera polémica. Parece ser que antiguamente el perdedor de un debate filosófico era condenado a muerte o expulsado. En las escrituras hay numerosas alusiones a esos duelos que a veces cambiaron el destino de un reino, como pasó en el tibet, donde los ascetas chan tuvieron que irse después de haber perdido un debate con los budistas indios.
Dragón increpaba a los ascetas, saltaba sobre ellos, les cortaba un mechón de pelo. Habían fuego en él, yo lo encontraba magnífico. Había conseguido sacara a 23 yoguis de su guarida, era toda una hazaña. A mi casi no me molestaba. Una sola vez había entrado en mi cueva, y se había ido al ver que era una mujer.
El debate era un prodigio de originalidad, de erudicción, de elegancia, de habilidad. Algunos ascetas se impusieron, los demás los dejaron hablar. Algunos de ellos habían pasado mas de 30 años en la montaña. El destello de su mirada, de su profundidad, de su belleza, era maravilloso. Yo disfrutaba con todo.
Comenzó a oscurecer. De repente, el más anciano de nosotros dijo que había llegado el momento de finalizar. Hubo un gran silencio. Dragón lanzó su llamarada por última vez y se volvió hacia mi:


-”Tenemos la suerte de contar con una Dakini entre nosotros. Ella se ha divertido mucho con el debate. Sin incluirme, creo que es la mas joven del grupo. No me callaré a menos que la Dakini acepte zanjar la discusión!!”.


Todos los ermitaños asintieron. Las miradas se volvieron hacia mi. Avance entre las dos filas: me senté y entré en samadhi profundo. Cuando abrí los ojos ya era de noche. Todos los ascetas habían entrado en meditación profunda. Dragón se encontraba junto a mi. Yo había zanjado la discusión. Solamente la práctica profunda de la no-dualidad trasciende el Yo y el no-Yo.
Dragón había hecho una incursión maravillosa en nuestra tranquilidad. Todo el mundo lo saludó con respeto antes de volver a sus cuevas en silencio.
En cuanto a mi, tome a Dragón de la mano, y realicé con él el ritual de la Gran Unión o Maithuna.
Luego se fue a su cueva, y no volvimos a oirle.”


(extracto sacado del libro “Tantra, la iniciacion de un occidental al amor absoluto.” Daniel Odier. Edit. Alfaomega)


“No se puede pedir al fuego que no queme.
Ni al espacio no dar sitio.
Espacio y fuego se unen en silencio.
Y en él se reconocen como Uno.”

Dedicado, en primer lugar, a Devi, por su amor y paciencia, después a todas las Dakinis de mi vida, tambien por su amor y su paciencia, y por último a todas las Dakinis del universo: por su amor y paciencia con todos los locos de la sabiduría.



3 comentarios:

  1. Hermosa narración. (Lo de la paciencia de las Dakinis, vaya mérito! :)))

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  2. El premio a la paciencia es la paciencia, decí Agustín (de nuevo, el de Hipona). Y según un amigo mío, la paciencia es la ciencia de la paz. En esto en lo que andamos, la paciencia es cosa muy necesaria.
    En cuanto al libro de Odier, recuerdo un comentario de la dakini a su discípulo tántrico, exhortándolo a permitir que "lo divino vaya y venga" cuando eso suceda, sin pretender que está cuando no está, ni viceversa. Es decir, paciencia. Un abrazo.

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  3. Hola Zanara, no sabes cuanto, ni te imaginas cuanto....
    Soledad, supongo que si la paciancia es la ciencia de la paz, la impaciancia sera la ciencia de la guerra.
    No puedo negar mi parentesco con Marte.
    Pero creo que en la senda espiritual hay sitio y espacio para todo, y tiempo, tiempo para practicar la ciencia de la paz, cosa que sin duda es muy necesaria, y tiempo para practicar la ciencia de la guerra, y cortar por lo sano, o dejar que eso nos corte el discurso por lo sano, sobre todo cuando el rollo es mental, falso, o imaginado.
    Hay un tiempo para todo, y un espacio, que el maestro usa a su antojo para darte un abrazo o un cachete, dependiendo de tu disposicion, de tu apertura, y sobre todo de tu sinceridad.
    El comentario de la dakini es correcto, aunque antes de eso tuvo que oirlo de labios de su maestro.
    Pero creo que la palaba adecuada para definir esto no es paciencia, sino honestidad, o integridad.
    Aunque para practicar la integridad se necesita paciencia, claro.
    Gracias a ambas por comentar.

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