El Tao y el Vacío Creador

"Hay algo sin foma y perfecto
que existía antes de que el universo naciera
Es sereno. Vacío.
Solitario. Inmutable.
Infinito. Eternamente presente.
Es la madre del Universo.
A falta de un nombre mejor...
lo llamo Tao.

Fluye a través de todo,
dentro y fuera de todo,
y al origen de todo retorna.

El Tao es grande
El universo es grande.
La tierra es grande,
El hombre es grande.

El hombre sigue a la tierra.
La tierra sigue al universo.
El universo sigue al Tao.
El Tao se sigue a sí mismo."

Tao-Te-King, cap 25.

viernes, 1 de mayo de 2009

El cultivo de la presencia y el arte del masaje


Cuando, hace ya algo más de cuatro años, inicie mi formación en el mundo de las terapias corporales, estaba muy lejos de imaginar el alcance de lo que iba a suponer en mi vida descubrir el don de la presencia en el masaje, o el masaje convertido en arte.
Por aquel entonces andaba yo enfrascado en mil y un proyectos personales, que poco o nada tenían que ver con la realidad de mi presente cotidiano, y que básicamente consistía, como en casi todo el mundo que conozco, en estar en cualquier parte menos en el presente, en una huida constante de la realidad del aquí y del ahora. Una huída sistemática y recurrente, basada en patrones inconscientes de conducta y condicionantes mentales, proyectados en la ilusión de un tiempo inexistente, de un futuro y un pasado irreales, en la forma de miedos, temores, dudas, ilusiones, proyectos y planes, originados en su mayoría en la más tierna infancia.
Sin embargo, la razón por la que empecé mi formación como masajista no andaba desencaminada. Siendo mi don mas explotado la palabra y la escritura, y artificialmente inclinado a estar siempre inmerso en una ardua e incesante actividad intelectual, sentía yo en mi interior la urgente necesidad de volver al cuerpo y rescatar su sabiduría innata, que no es nada mas ni nada menos que la capacidad de estar consciente de lo que sucede aquí y ahora, en cada instante.
Dada la bonanza, o buena suerte (la famosa flor en el culo) que siempre me ha acompañado, tuve la fortuna desde mis comienzos en el aprendizaje del masaje, de no depender materialmente del mundo de las terapias. Este colchón material me permitió compartir, al poco de terminar mi formación más básica, un gabinete privado, y explorar a mis anchas, y sin presiones, el arte del masaje y del tacto consciente.
Fue en ese consultorio que empecé a descubrir que el arte del masaje tenía muy poco que ver con las técnicas aprendidas, y todo con la actitud y la presencia. Pude descubrir, como probablemente ha descubierto más de un terapeuta, que cuando se conecta y se trabaja con la presencia consciente, las manos actúan solas, se mueven por si mismas, como si supieran perfectamente donde tiene que ir, donde quedarse, que hacer, durante cuanto tiempo, etc...
Con el tiempo y la práctica, el masaje acabó por convertirse para mi en una forma de meditación, a través de la cual, y sin intención ni esfuerzo personal, se iban sanado dolencias muy profundas e inconscientemente arraigadas.
Es por esta razón, que cuando me encontré, dos años después, con el Masaje Californiano Esalen, a través del peculiar carisma y carácter de Sujati, todo mi ser reconoció la calidad y la profundidad de este trabajo. Iniciar y profundizar mi formación en masaje californiano no significó únicamente ahondar en la práctica de la presencia, sino en asumir mis propias necesidades, limitaciones, dolencias, patrones y conflictos personales, la mayor parte inconsciente, que se interponían entre mi ser y mi “trabajo”.
El esquema de intercambio que se practica en la formación, centrada no solo en el aprendizaje de los fundamentos del masaje, sino el trabajo integral a través de la práctica de la respiración centrada en el hara -el centro del ser- , en la danza de los cinco ritmos, en las meditaciones activas de Osho, y otras formas alternativas y dinámicas de entrar en contacto con el ser y su condición natural que es la presencia, tuvo el mismo efecto que un terremoto, al abrir progresivamente la caja de pandora del inconsciente, produciendo un paulatino y siempre respetuoso desmoronamiento de la coraza emocional y mental, y un resurgir del niño interior, de una inocencia y apertura primordial asociada a de niveles cada vez más profundos y amplificados de conciencia.
Como el zen, el yoga, el tantra, o cualquier otra práctica espiritual, el masaje californiano esalen es mucho mas que otra forma de masaje, es todo un camino en si mismo de auto-conocimiento, despertar, crecimiento, y aprendizaje, dando además la oportunidad de explorar nuestras innatas e ilimitadas capacidades creativas. Y como todo arte que llama al cultivo de la presencia, la presencia no se agota ni se limita a su marco, sino que se extiende y se amplifica a todos los ámbitos de la vida cotidiana.
Lo que supuso y supone para mí el masaje californiano está muy lejos de caber en estas páginas, y en estas palabras: No por el masaje en sí, sino por el nivel y la necesidad de presencia que implica el trabajar con esta forma de contacto, y que acaba por trascender el mismo masaje, que se convierte simplemente en pura experiencia de plenitud, amorosa y consciente.
Toda experiencia de trascendencia, de inmersión en el presente eterno e inmediato, es inefable, y en último término, inexpresable.
Sin embargo, el hilo conductor de toda experiencia espiritual, es el mismo para cualquier vía o camino que se elija, aunque en último término uno acaba por darse cuanta de que no elige nada, de que todo esta hilado, de que nada depende, en último término, de nosotros, asi que confía y se relaja. Este hilo conductor es la presencia, la capacidad de vivir aquí y ahora, y de respirar conscientemente, sin apego ni rechazo, cada sensación, emoción o pensamiento condicionado que atraviese nuestro campo de conciencia.
El cultivo de la presencia, del testigo incondicional, es nuestra condición innata, porque corresponde a la actitud de nuestro ser mas profundo e incondicionado. Puede que al principio nos cueste más esfuerzo, debido a la resistencia e inercia que nos provocan los patrones inconscientes de conducta y los acuerdos mentales que hemos repetido hasta la saciedad desde que somos niños, pero con tiempo y constancia, estos empiezan a disolverse y liberarse, y entramos lenta, pero firmemente, en un espacio de amor y aceptación incondicional que trasciende el tiempo y espacio condicionados en el que tienen lugar todos nuestros miedos, fantasías, proyecciones y necesidades de seguridad, atención y reclamo.
Lo espiritual, o la espiritualidad, al contrario de lo que muchos piensan, no tiene nada que ver con graduarse en una carrera espiritual universitaria, con la consecución de metas espirituales, ni con “colocar las cosas en su sitio”, como si estuviésemos haciendo un rompecabezas, o redecorando la casa, a través de talleres y cursos interminables, ni con el hecho aberrante e imposible de querer convertirnos en alguien que no somos.
La espiritualidad, que en cualquiera de sus formas se basa y se asienta en la aceptación y amor incondicional que nace del cultivo de la presencia consciente, es cualquier cosa menos ese materialismo espiritual al que nos han acostumbrado los libros de autoayuda, y la adicción compulsiva e indiscriminada a toda clase de terapias, y a los talleres expresso de fin de semana.
Lo espiritual es una condición innata y natural de todas las cosas que existen, incluido nosotros mismos, y por lo tanto, no hay nada que lograr, nada que alcanzar, nada que colocar, nada en lo que transformarse.
Lo espiritual es lo mundano, porque es el corazón que sustenta todas las cosas que existen.
Lo espiritual no es una nube violeta que flota sobre nuestras cabezas, sino la sabiduría de ser y reconocerse completo y pleno, del ser que sabe estar plenamente presente, porque se abre sin miedo, en cada condición de la vida, sea esta dolorosa o placentera, sin apego o rechazo, con una actitud amorosa, libre e incondicional, en cada momento.
Reconocer este hecho que nos trae el cultivo de la presencia, reconocer el hecho de que ya, antes y después de cualquier camino o vía de aprendizaje que tomemos, somos absolutamente libres y completos, es el mensaje que predican todas las vías no duales de realización, como el vedanta advaita, el zen, el sufismo, el taoismo, ciertas formas de gnosis, etc...
El mismo mensaje que se encuentra en la mística de todas las religiones, y en todas las ramas de la filosofía perenne. El mismo mensaje que uno puede reconocer con la simple y objetiva -libre de proyecciones personales subjetivas- observación de la naturaleza.
El mensaje de que en toda condición, de felicidad o sufrimiento, de alegría o tristeza, lo sepamos o no lo sepamos, somos Eso que es plenamente libre, amoroso e incondicionado.
Todo el trabajo de cualquier práctica de atención que emprendamos, a través del camino que más profundamente y sinceramente nos resuene, no tiene que ver con la consecución de metas y proyectos personales (esto es sólo una prolongación del miedo fundamental al carácter transitorio e impermanente de la realidad condicionada, la que vemos a través de nuestros sentidos), sino con ese ir soltando nuestro hábito de proyectar nuestros miedos, que son memorias y acuerdos de eso que llamamos pasado, y proyectarlos en el futuro, y dejar que la presencia consciente y amorosa que se abre en la experiencia de vivir el aquí y el ahora vaya empapando, como el agua, todos los aspectos de nuestra vida cotidiana.
La espiritualidad, la verdadera espiritualidad, tiene todo que ver con esa confianza que sentimos en la vida y en la bondad del universo, y que emana de nuestro interior, porque en esencia nuestro ser sabe que su naturaleza es la misma naturaleza de la que todo está hecho. Es lo mismo. No dos.
Pero no todo acaba ahí. El cultivo de la presencia, en el masaje esalen, en el zen, o en cualquier otra forma de meditación, o de práctica en la vida cotidiana, no solo nos da la capacidad de conectar con nuestro ser, sino que al hacerlo, nos permite trascender la dualidad sujeto-objeto en la que vive nuestra mente ordinaria, es decir, nos da la oportunidad de alcanzar ese estado sagrado de unión y de éxtasis en el que, como en el tantra, no hay ni un yo, ni un tú, ni siquiera un otro, sino un vacío -vacío que no hay que entender como una nada anodina y estéril- fecundo y creador en el que todo es posible.
Pero es posible desde ese vacío que corresponde a nuestro ser mas profundo, no desde los burdos y mezquinos planes de nuestro ego y personalidad condicionada
Como en el arte de la esgrima, o en el tiro con arco como practica espiritual que propone el zen, la personalidad del terapeuta, del tantrika, del meditador o del bailarín ha de quitarse de en medio, sin el más mínimo atisbo de auto-importancia, de referencia egoíca, de técnicas mentales, o de deseos personales, manteniendo una actitud de presencia libre de apego o rechazo, para que el estado de trance pueda producirse, y la acción se realice por si misma, sin el mas mínimo atisbo de intervención ni esfuerzo por nuestra parte, sin mérito, sin responsabilidad, sin expectativas, sin barreras personales.
Esa es la no-acción que nace del ser, el vacío creador en el que todo es posible, y en la que cada acto, ya demos una sesión de masaje, practiquemos yoga o meditación, o estemos danzando, haciendo el amor, tomando un café con un amigo, o dando un paseo por la calle, se convierte en una experiencia trascendente, en un acto sagrado lleno de significado, en, resumiendo, una obra de arte.

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