El Tao y el Vacío Creador

"Hay algo sin foma y perfecto
que existía antes de que el universo naciera
Es sereno. Vacío.
Solitario. Inmutable.
Infinito. Eternamente presente.
Es la madre del Universo.
A falta de un nombre mejor...
lo llamo Tao.

Fluye a través de todo,
dentro y fuera de todo,
y al origen de todo retorna.

El Tao es grande
El universo es grande.
La tierra es grande,
El hombre es grande.

El hombre sigue a la tierra.
La tierra sigue al universo.
El universo sigue al Tao.
El Tao se sigue a sí mismo."

Tao-Te-King, cap 25.

martes, 23 de junio de 2009

Lastres.


Mi hija Zöe, a la que amo mas allá de cualquier expresión conocida o por conocer, nació hace cinco años en un pueblecito pesquero de Asturias llamado Lastres.
Nunca cogí el mensaje, el mensaje de que ya en esa altura, la vida me estaba pidiendo, y me ponía a huevo, por cierto, soltar todos mis lastres.
Lastres acumulados a lo largo de los años, lastres que tenían que ver no ya con la acumulación de bienes materiales, pues siempre he tenido poca cosa en mis manos, sino lastres, residuos emocionales y apegos mentales que no solo me hacían sufrir, sino que me impedían estar presente en los asuntos de mi vida cotidiana.
Pero no voy a bucear mas en el pasado, ya he escrito suficiente sobre esto, y no es esa mi intención.
El regalo de mi hija era, y sigue siendo, aligerar mi carga, mi inmenso fardo hecho de ideas preconcebidas, fijaciones, manías, y un ego a prueba de holocaustos espirituales.
Hoy, cinco años después, veo que aun sigo apegado a mis “lastres”. Lastres que tienen que ver con apegos y ambiciones que no se consuman nunca porque no son regalos, o adquisiciones reales, sino un codiciado botín que he ido acumulando a lo largo de años de ataques e incursiones en los tesoros de otros buscadores íntegros y honestos de los mundos del espíritu.
Mi vida de pirata, de pirata espiritual, comenzó el mismo día en el que deje de sentir una confianza sin límites por la vida, el mismo día en el que asumí como cierta la creencia de que para sobrevivir en el mundo uno había de pertrecharse con alguna clase de distinción, nombre o poder.
Las víctimas que han caído en mis manos no pueden contarse. Son innumerables. Víctimas de amor, que por amor murieron (y renacieron, he de añadir, en otros mares).
He devorado libros, toneladas de conocimiento, he coleccionado máscaras de todas las clases y formas posibles, he conocido todos los puertos, y en cada uno de ellos me han conocido con un nombre y un rostro distinto. He roto corazones, y he desollado almas vírgenes que ni siquiera sabían lo que les estaba pasando. He sido un bucanero infernal, un ladrón de almas, mil veces mas temible que cualquier pirata que ha surcado la historia de los mares. He sido un diablo, si, y mi tesoro personal ha sido mi propio infierno.
Y hoy, que mi barco ha varado en el puerto de la integridad, mi tesoro me consume, y las almas que profané me piden a gritos que les devuelva su virginidad, y como esto es imposible, no encuentro otra forma de redimirme mas que soltando todos los lastres, todo el oro y joyas bañadas en sangre, todo el conocimiento acumulado, que nunca fue mio, todos los manuscritos de poetas y cantores, todas las hazañas y conjuros de chamanes y brujos, que durante mis interminables viajes daban un alivio y una paz momentánea a mi alma.
Lo curioso es que ni siquiera me importa donde ha varado mi barco, a mí, que he visto y tocado con mis manos el legado de la Atlántida, de Lemuria, o cualquiera las colonias Hyperbóreas del pasado, que he soñado mundos y colores imposibles mirando el sol fundido con el mar (donde mi hermano Rimbaud encontró por fin la eternidad).
A mi, que he visto todos los futuros imaginables de esta tierra que heredamos, que la he visto convertida en una estrella azul y blanca, en la que cada ser lleva grabado a fuego su nombre en la frente... y también reducida a una nube de polvo cósmico que vuelve a la oscuridad.

A mi, que he visto lo que muchos no se han atrevido a soñar o concebir, me da igual el lugar y el tiempo donde ha varado mi barco.

A mi , que nada me importaba mas que yo mismo, me da igual lo que sea de mí.
Lo importante, lo esencial, es que mi barco, mi ego, por fin ha varado, y que solo existe una tierra capaz de vararlo, y esta se llama integridad.
Integridad de un cuerpo abandonado y torturado por mil abstenciones y precariedades, integridad de una mente llena de ideas y de sueños que no le pertenecen, integridad de un alma que se ha acostado con todos los demonios y diablesas que el hombre ha creado con sus miedos y negaciones, integridad de un espíritu al que nunca he encontrado porque siempre, siempre, he estado huyendo de él, sintiendo su aliento en la espalda, y aprovechándolo para henchir mis velas y navegar rumbo hacia el infinito, o lo que es lo mismo, hacia todas, y ninguna parte.

Ah, las mil fantasías y fantasmagorías de un ego empobrecido que intentó simplemente ser alguien, cuando sólo tenia que rendirse a las cuatro direcciones para serlo todo, en los tres tiempos, y en todas partes!!
Por eso, ahora que no me queda nada, ahora puedo ver que todos mis tesoros no son mas que eso: un lastre enorme que me ha impedido volar raudo hacia mi destino, y me ha hecho dar vueltas alrededor de un mundo viejo y decrépito que conozco de cabo a rabo. Que conozco ya demasiado bien.
El mundo que hay en mi propia mente, que me impide ver el mundo tal y como es.
Ay, que horrible pesadez, me entran escalofríos solo de recordar las muchas travesías en pos de imposibles que he hecho con el estómago de mi barco a reventar, porque nunca era suficiente. Solo hambre, y mas hambre, la peor de todas, el hambre de ser, el hambre de ser alguien y de creer que para ser hay que acumular tesoros de conocimiento, conquistas emocionales...
Ja!, yo que creía ser libre porque no tenia ni almacenaba, porque ni me procuraba y despreciaba los bienes materiales, porque andaba por ahí vestido de harapos, mientras otros piratas lucían en sus gruesos y grasientos cuellos cadenas de oro que les convertían en pueriles esclavos!. No me di cuenta que mis cadenas, que mis lastres eran y son mil veces mas pesados.
Que horrible pesadez recordar las horas pasadas en las bibliotecas y en los burdeles del alma, mientras fuera estallaban las iras del cielo y las cuarenta tempestades, tempestades que tenían y tienen el poder de herirnos en lo mas profundo de nuestra vanidad espiritual, y vaciar todos nuestros lastres.
Tempestades que son los heraldos del vacío, del vacío y la calma que siempre siguen a las tempestades.
Gracias al cielo, y al infierno también, la última tempestad fue tan fuerte y horrible, que no hubo refugio donde guarecerse, no hubo libro,ni sueño, ni recuerdo, ni carne, ni labios, ni piel, donde poder desaparecer.
Los rayos atravesaron el casco de mi barcaza, como si este fuese mantequilla, y lo dejaron como si fuese un queso de gruyere.
Y ahora, por estos agujeros, poco a poco, los tesoros vuelven al sitio que les pertenece, el mar se los lleva de vuelta a la nada mientras miramos, bajo el pálido ocaso, los restos del naufragio, mientras nuestro barco lentamente se convierte en una escultura fantasmagórica sacada de los cuentos infantiles.
Miramos como el oro y las perlas, los manuscritos y la sangre se lavan con los últimos rayos del sol chisporroteando en la espuma y la cresta de las olas, mientras nos preparamos para despedirnos para siempre, mi amigo invisible y yo, mi doble y mi sombra que me ha acompañado durante todos estos años, fiel e inseparable, como un perro sin amo.
Nos miramos por última vez porque hemos sido un lastre, el mas pesado lastre, el uno para el otro, porque hemos luchado sin tregua, y porque ha llegado la hora de la paz, de abrazarnos por primera y última vez.
A partir de ahora seremos uno solo ser, luz y sombra, día y noche, sol y mar fundidos en un mismo paisaje.
La eternidad, la eternidad revelada a si misma en cada amanecer y en cada ocaso.
La eternidad que se revela a si misma en cada instante.
La eternidad....
Nada mas hay que ver, el barco se hunde, y es para siempre!...

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